La consecuencia y capacidad teórica de las FARC: respuesta a Daniel Pécaut




|Por Pablo Catatumbo|

Sobresale en los últimos días la altísima figuración mediática que ha tenido la gira que en los últimos meses ha llevado a cabo el sociólogo francés, nacionalizado colombiano, Daniel Pécaut, por universidades de toda Colombia y por las salas de redacción de periódicos y revistas. Como si se tratara de una banda de rock en tour, el académico acumula en el último trimestre un historial de apariciones públicas impensado en un país en el que usualmente los investigadores sociales son invisibilizados, asesinados, o perseguidos.

La mayor parte de sus intervenciones se remiten a lugares comunes: saludar el proceso de paz, hacer votos por que avance rápidamente y lanzar improperios (discretos, bajo el disfraz académico), en contra de las FARC-EP. Esto no es nuevo, por el contrario, anticomunismo y anti-FARC son factores constantes en su hoja de vida académica.

En su trabajo clásico, Orden y violencia (1930-1953), su postura general es la de endilgarle a la izquierda revolucionaria todas las responsabilidades en los fracasos de la República Liberal y en la caída del proyecto gaitanista.

Posteriormente, en Crónica de dos décadas de política colombiana, Pécaut presentaría la innovadora tesis sobre el presunto tránsito de las FARC, de aparato de negociación política subordinado al Partido Comunista en los 60 y 70, a aparato militar autónomo ligado a la mafia en los 80. Esta visión del conflicto será ampliada hasta la saciedad por algunos violentólogos criollos como Gonzalo Sánchez –hoy en el Centro de Memoria Histórica- y Eduardo Pizarro – cooptado por la derecha y hoy embajador colombiano en los Países Bajos, quienes resultaron ser sus mejores continuadores.

En aras de la discusión y del pluralismo, uno podría comprender la particular visión de Pécaut sobre nuestra tragedia nacional, se trataría de su muy personal visión política, pero la publicación del infame libro Las FARC: una guerrilla sin fin o sin fines en 2008, en medio del momento más complejo del conflicto reciente, nos demuestra que lo suyo no es ni coincidencia ni mucho menos azar. Se trata, junto con los libelos de Eduardo Mackenzie, de la referencia obligada de la intelectualidad uribista y del ascenso de los neoconservadores a los puestos de mando de la academia colombiana. Pécaut se nos revela entonces como el intelectual al que se le ha encargado la reescritura de la realidad y el establecimiento de una verdad institucional que es funcional a los intereses del bloque de clases dominante.

Ahora, seguramente amparado en el buen momento por el que pasan sus citados aprendices, Pécaut recorre el país hablando del conflicto y solución política, buscando seguramente una buena palomita en alguna institución con la cual coronar su exitosa tarea. Para ello lanza dardos en contra del Comandante Alfonso Cano y contra toda nuestra organización con la soberbia propia del académico omnipotente: “Cano nunca se atrevió a escribir teoría. (…) Dentro de las Farc no se conocen disputas teóricas, lo que demuestra la existencia de un gran dogmatismo, teniendo en cuenta la paupérrima formación que se imparte de marxismo-leninismo. Esto hace que no se produzcan nuevas ideas”.

Seguramente para el estudioso en cuestión resulte fácil resistir la gigantesca embestida militar que supo sortear Alfonso durante sus últimos años de lucha. Seguramente para él sea fácil ser “teórico” en medio de la guerra. Seguramente valorará altamente los eternos debates de la “izquierda divina” francesa, en medio de cafetines y libros de Althusser y Foucault. Pero hablamos de Colombia, estimado profesor Pécaut, de una realidad de bombas-racimo y de falsos positivos, de paramilitarismo rampante, y de masacres, desapariciones forzadas por miles, y de asesinatos selectivos de líderes sociales y populares, así como de la más brutal criminalización del movimiento social y popular, se trata del conflicto armado más largo del hemisferio occidental, del Vietnam suramericano.

Le asalta a uno el convencimiento de que para personas como Daniel Pécaut el ejemplo de Alfonso Cano y la entrega desinteresada de miles de combatientes de las FARC EP que han ofrendado su vida por alcanzar un nuevo país, sean apenas unos hechos insignificantes. Pero para nuestro pueblo no. Alfonso, con quien seguramente el profesor debió haberse cruzado alguna vez en la Universidad Nacional, sacrificó todo un futuro de realizaciones personales en el ámbito de la academia, por cumplirle a una causa colectiva. Eso entraña una grandeza que al parecer es incomprensible para cierto tipo de intelectuales. Pero para quienes trabajamos por un país mejor es más que clara y nos indica que vamos por el camino indicado.

Ahora, sobre la pretendida incapacidad que tenemos los farianos para producir nuevas ideas, puede poco hablar quien ocupa las posiciones de la reacción dentro de la universidad. Contrario a lo que usted dice, de nuevas ideas y de propuestas de nuevo país sí que conocemos las FARC-EP, por eso estamos en la Mesa de La Habana, por eso construimos alternativa de poder y por eso tanto dinero tiene que gastar el establecimiento en comprar periodistas y profesores para que lo defiendan, distorsionen la verdad y justifiquen la desigualdad y la injusticia.

Pretende Pécaut medir la consecuencia y capacidad teórica de las FARC. Le devolvemos el reto: ¿cuál fue su postura como profesor e intelectual ante la pasada crisis universitaria? ¿qué tiene para decirle a un movimiento estudiantil valiente como el del paro de 2011? ¿con quién estaba en aquellos días?

¿Con las ideas de avanzada que propugnaban por una educación gratuita y de calidad, o con las retrógradas que pretendían mantener una educación privatizada y solo para las élites?

Bienvenido sea, profesor Pécaut, todo esfuerzo destinado a la reconciliación de la nación colombiana. Pero no pretenda que esto puede hacerse pisoteando nuestra historia de rebeldía y nuestro compromiso revolucionario.

Me recuerda usted, profesor Pécaut, a cierto campesino de El Pato a quien, en mis primeros años de guerrillero, intentaba dictarle una charla de marxismo-leninismo. El hombre aserraba y aserraba sin prestarme mayor atención. Cuando lo increpé por esto, me dijo: “siga, siga, compañero, eche carreta mientras yo trabajo”. Así nos toca decirle hoy al profesor Pécaut: siga, siga hablando carreta profesor, mientras aquí tratamos de solucionar y buscarle salidas civilizadas a esta larga y cruenta guerra.



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